viernes, 18 de diciembre de 2009

Danza

Por fin llegué. “La huerta perdida”. Con razón la llaman así. Barrios altos debería hacer de este un atractivo turístico: “Venga un lugar increíble, donde su ingreso está garantizado, pero su salida, no.” Ese debería ser su slogan. De hecho se llena de suicidas o de gringos cojudos.

A ver, repasemos: dos anillos de oro en cada dedo, un bling bling que deja chico al de Uribe, más cadenas que completen el look de Mario Barackus , una sacudidita al terno Armani y mis “Air Nike” nuevecitas.


Eso debe ser suficiente.


Esto igual a lanzar carnada en las costas sudafricanas... que estará muy infestado de tiburones blancos agresivísimos, pero al menos los tiburones son más bonitos que estos individuos.

¡Qué caras!. Pareciera que estos angelitos sintieran el olor del oro. Me acabo de bajar del taxi y ya empezaron a dejar su vicio por un instante. “Lo hinco, me llevo sus poderes y me consigo más pasta”. Algo así debe pasar por sus... ¿cabezas? Sí pues, cabezas... hasta las cucarachas tienen cabeza. Y aquí vienen las cucarachas que esperaba.

1, 3, 4... ¿Sólo 7? Creo que voy a deprimirme... toda esta preparación para que vengan sólo 7 de los más peligrosos personajes de Lima... debo estar perdiendo mi “Mojo”. Bueno pues, ¿qué le hacemos?.


Es raro... hasta los tiburones rondan un rato su presa, la entienden, la estudian... pero claro, qué van a estudiar estos malditos, si todo lo aprendieron en la Universidad del Crimen, alias Lurigancho.
Ahí uno aprende pues. Esta escoria arremete directamente, sin vacilar, sin ninguna intención de pasar “caleta”. No le temen a nada, ni a la muerte. Es más, para algunos la muerte es un aliado que silencia a los que vieron más de la cuenta, mientras para otros siempre será quien le ponga fin a sus días de crimen. Casi-casi una salvadora, porque como bien sabemos, en este, nuestro generoso país, no hay muerto malo.

10 metros me separan de ellos, o más o menos. La verdad no me importa, 10 metros puede ser poco para algunas cosas, pero demasiado para otras. Para mi, cada centímetro que avancen me dará el tiempo suficiente para pensar en lo que me trajo aquí: un taxi. Pero no cualquier taxi ¿eh?, Nada que ver, fue un taxi con un taxista loco, lleno de odio... “¡Cholos de mierda!” decía con cada Combi que lo cerraba. “¡Escoria, resentidos sociales!” y demás perlas. Un tipo interesante, sin duda. Tengo que contárselo a la gente, pero eso será luego. Están a sólo 2 metros de mi. Los 7. Es hora.


Les presento a Domitila. Le puse así porque el día en que la compré, o bueno, el día en que se la quité a mi primer “trofeo” estaba sonando en la radio. Hay que admitir que la cancioncita esa es bastante pegajosa, mala como el diablo, pero recontra pegajosa. ¡Cómo será de mala que ni a Gian Marco le gusta!. En fin, justo en la parte de
“Dónde va, Domitila dónde va...” bajé la mirada y ahí estaba ella, una linda Uzi. Para los desentendidos, Domitila es mi primer subfusil de fabricación israelí. Poco menos que mi primer amor. La miré, me miró, miré lo que quedaba de mi trofeo y me la llevé. Un gran inicio para una gran historia juntos.

El público está en su lugar y Domitila será la estrella del espectáculo. El saco de mi terno sólo fue el camerino que refugió ese gran talento que ahora sale al plató para bailar como los dioses, sin desplazarse, sino volando... derramando lisura. ¡Qué agilidad! Giro a giro libera una explosión que deja a todos atónitos, sin aliento. Pero lo bueno no dura para siempre. El espectáculo tiene que terminar por hoy. Para variar, el público terminó rendido a sus pies.


Es hora de irme, el espectáculo terminó y aún tengo que llegar a casa a colgar mis 7 nuevos trofeos.


¡Taxi!