jueves, 24 de julio de 2008

Doolhof I y II

I

- Muchas gracias Doctora, no sabe lo bien que me siento ahora…
- No me lo agradezca. Yo sólo fui una guía, usted fue quien decidió avanzar por los caminos que usted mismo había bloqueado. Ahora debe seguir caminando, descubriendo, pero eso ya depende de usted.
- No sé como pagarle…
- Bueno, aceptamos todas las tarjetas de crédito…
- Jajaja
- Es en serio.
- Ah… bueno… este… mejor me voy a pagar.
- No se preocupe Sr. Martines, lo espero el próximo miércoles.

Así es la Doctora Simor: extremadamente racional, fría y hasta calculadora, pero en el fondo, tal vez demasiado, una buena mujer. Una buena mujer, con un buen trabajo y una buena reputación, pero solitaria. Tal vez porque suele dejarse llevar por la razón o por esa necesidad imperante de demostrar siempre su superioridad intelectual, sobre todo ante aquellos “pobres infelices” que intentaban lig
ar con ella… Tal vez sólo necesite relajarse, irse de viaje o algo así. Quizá Marita, su secretaria, pueda aconsejarle correctamente. Ella la conoce mejor que nadie y nadie la conoce mejor que la Doctora Simor, o Miranda, como sólo ella la puede llamar.

Es difícil imaginar cómo fue a parar al lado de semejante sargento. Marita, según la Doctora Simor, es la persona más buena del mundo, pero también es la niña más frágil que alguien pudiera imaginar, y con todo lo que eso significa, siempre está ahí, a su lado… fiel al castigo.


II

- Es extraño. Julio suele ser más frío. Debe ser por el calentamiento global… si seguimos así vamos a…

El teléfono… el bendito teléfono.

- ¿Marita?
- Miranda, disculpa si te interrumpo, pero ya llegó.
- ¿Viene acompañado?
- Con un viejo raro. Dice que es seguro, pero no sé…

- OK, dile que pase.
- ¿Estás segura?
- ¿Tienes miedo, acaso?
- Ahora te lo mando.
- Muchas gracias.

Es gracioso cuando esto sucede. La madre de Murphy pudo ser una gran mujer, pero él sí que era un hijo de puta. Él y su famosa ley acaban de arruinarle la tarde a la Doctora. Justo cuando todo parecía guardar ese equilibrio aburrido, pero necesario, algo, o alguien llega a cambiarlo todo.

- Disculpe ¿puedo pasar?
- Sí, adelante. Póngase cómodo.
- Gracias.
- ¿Se le ofrece algo de tomar?
- ¿Un whisky con hielo?
- Con “algo de tomar” me refería a un café, agua o una gaseosa, por ejemplo.
- OK, entonces un café estaría bien.

“Este tipo es distinto”, piensa mientras coge el anexo.


- ¿Marita?
- Sí Miranda, dime.
- Por favor, tráele un café al señor…

¡Doolhof! – interrumpe el recién llegado-

- Por favor, tráele un café al señor Doolhof.
- Ok.

Doolhof. Doolhof. La Doctora Simor trata de recordar dónde había escuchado ese apellido mientras cuelga el teléfono y se acomoda en el sillón de cuero que acaba de comprar, pero no logra hacerlo. Es un apellido extraño, sin duda.

- Y bueno, cuénteme. ¿A qué se dedica?
- Trabajo en construcción.
- ¿Arquitecto?
- No. Albañil.

Y de pronto, la sorpresa de la doctora se tradujo en una sutil sonrisa acompañada de un ligero movimiento de cabeza. La típica expresión de una psicóloga extremadamente racional, fría y calculadora que no puede creer lo que escucha.

- ¿Dije algo gracioso?
- No, no. Disculpe, pero usted no parece albañil.
- Y usted no parece psicóloga.
- No quise ofenderlo, sólo que con ese apellido y su gusto por el whisky pensé…
- Tomo cerveza, pero si me ofrecen algo mejor ¿Por qué no aprovechar la oportunidad? No se preocupe, no me ofendí. Entiendo su extrañeza. Felizmente usted tampoco lo tomó mal.
- ¿Y cómo sabe que no lo tomé mal?
- No está llorando.
- Yo no soy de las que lloran, soy de las que hacen llorar.
Soy psicóloga, ¿recuerda?.
- Mmmm…

Silencio.

- Entonces ¿lo tomó mal o no?
- No, sólo que aún no entiendo a qué se refirió con que no parezco psicóloga. Es decir…
- Mire, nunca antes fui a un psicólogo, pero me los imaginé feos y despiadados… y usted no es fea.
- Creo que nos estamos yendo por un camino equivocado. Dígame. ¿Por qué vino?
- Yo no vine, me trajeron.
- ¿Y por qué lo trajeron?
- Por que creyeron que necesitaba ayuda.
- ¿Acaso ha pasado por alguna situación traumática?
- Digamos que tiene razón. No parezco albañil, pero es lo único que puedo hacer por ahora.
- ¿Por ahora?
- Es que nadie me quiere dar trabajo. Bueno, es lo más lógico. nadie contrata a un ex huésped del manicomio. Es más, yo tampoco lo haría. En el manicomio hay muchos locos de verdad.
- Deje de decir tonterías. Creí que nunca había visitado un psicólogo y menos a un psiquiatra.
- Bueno, al menos eso creo.
- No lo entiendo. Si quiere que lo ayude debe ser claro.
- Le repito que yo no vine por mi propia cuenta.
- ¿Sabe? No tengo por qué perder el tiempo, será mejor que solicite su traspaso al Doctor Berríos. El sabrá lidiar con usted.
- Espere, no me ha dejado terminar. No vine por mi propia cuenta, pero ahora, por alguna razón, siento que no debo irme. Todavía no.
- ¿Entonces va a cooperar?
- Me gustaría.
- Señor Doolhof, no estoy para bromas… será mejor que…
- ¡Me gustaría, pero no puedo! Hace años tuve un accidente, o al menos eso me contaron. Trabajaba en algún lugar en el centro empresarial, hasta que un día caí por la ventana desde el séptimo piso. Según los médicos…
- ¡Imposible! ¡Estaría muerto!
- ¿Recuerda que le dije que eso fue lo que me contaron? No sé si fue del séptimo, del primer o del segundo piso. Ni siquiera estoy seguro de que me caí. Lo que sí tengo claro es que desde ese día no recuerdo nada de lo que fui. Sólo recuerdo haber despertado en la camilla de un hospital psiquiátrico. Solo.
- ¿Y no lo trató un psiquiatra?
- ¿Me está prestando atención? Le dije que estaba sólo. Desperté, me puse mi ropa y busqué la salida. Encontré algo dinero en mis bolsillos y pude sobrevivir un tiempo así, pero cuando la plata empieza a desaparecer, las necesidades aumentan, ¿Me entiende? Tuve que buscar trabajo y lo único que pude hacer fue trabajar con un maestro albañil, quien me enseño algunas cosas, lo suficiente para valerme por mí mismo.
- ¿Y su familia?
- ¿Cuántos Doolhof conoce, Doctora Simor?
- Ninguno.
- Me imagino que eso responde su pregunta. Yo me la hice muchas veces y siempre llegué a la misma respuesta: debo haber sido un hijo de puta.
- O alguien muy solitario. Tal vez perdió a su familia en un accidente, o tal vez nunca tuvo familia. No sea tan negativo… pudieron pasar miles de cosas.
- ¿Acaso eso fue sentido del humor?.
- Para que vea que tampoco soy despiadada.
- Tiene buena memoria. La envidio.
- Bueno, bueno. Regresemos a lo importante. Ya me contó lo de su accidente, pero sigue sin decirme cómo llegó.
- Ya se lo dije, me trajeron.
- ¿Y quién lo trajo?
- Mi maestro albañil. Dijo que el capataz de la obra en la que trabajábamos lo estaba obligando.
- ¿Por algún motivo en especial?
- Pues...
- ¿Qué pasó?
- No lo sé. No me explicó nada, no sé si quiso ocultarme la verdad o…
- ¿Entonces por qué sería?
- No todos tenemos la misma capacidad comunicativa, ¿sabe?.
- Entiendo, pero es imposible que lo hayan traído hasta aquí sin que haya escuchado algo, sin que alguno de sus compañeros de obra se haya comunicado con usted.
- ¿Acaso los muertos hablan?

Los ojos de la Doctora Simor se abrieron como nunca y su corazón latió tan fuerte que podía ver cómo vibraba su guarda polvo blanco, pero tras una gran bocanada de aire, esa racionalidad extrema que la hacía fuerte acababa con la voz que le gritaba “¡estás en peligro!”.

- Así que los mató. Los mató a todos, por eso está acá.
- ¡Tranquila! Yo no maté a nadie. Estaría en la cárcel, no en su despacho. ¿No cree?
- Es cierto… ¿entonces qué pasó?.
- Después de aquella visita por el manicomio he sufrido algunos colapsos. Me desvanezco, pero generalmente algún compañero me auxilia y logro reaccionar. Ese día no fue así.
- ¿No había nadie cerca?
- No precisamente. Yo acababa de almorzar, y como es costumbre en el negocio, aproveché para dormir unos minutos. Claro, como usted entenderá, era difícil que alguien note que no sólo estaba dormido, sino que estaba sufriendo uno de mis colapsos.
- Claro, claro. ¿Pero qué más pasó?
- Mi maestro albañil me despertó con un poco del agua que íbamos a utilizar en la mezcla de cemento. Creo que no quería asustarse solo.
- Espera… ¿Por qué se asustaría?
- Por los cadáveres, o mejor dicho, por los trozos de cadáveres de 33 obreros que estaban justo delante de nosotros.
- ¿¡Pero cómo sobrevivió!?
- Dijo que lo que había atacado a los obreros ni siquiera se acercó a él… y eso que se había quedado petrificado ante tanta carnicería.
- Es ilógico…
- Pero si lo dijo él, es verdad.
- ¿Y te dijo qué fue lo que los atacó?
- No todos tenemos la misma capacidad comunicativa.

Y de pronto, el teléfono. La Doctora no suele interrumpir sus sesiones, pero es Marita, eso basta.

- Marita, sabes que no me gusta que me interrumpan.
- Disculpa Miranda, pero llegó su paciente de las ocho.
- Ya veo. Por favor dile que me espere 2 minutos.

Cuelga el teléfono, pero por dentro sabe que esa llamada marca el final del comienzo de lago importante. Algo le quema por dentro, sabe que debe seguir, pero no es el momento. El señor Chang espera y es un viejo paciente.

- Disculpe, creo que me debo ir, ya llegó su paciente.
- Espere Sr. Doolhof.
- Dígame.
- Tengo la sensación de que volverá.
- Pues sí. Queda mucho de qué hablar.
- ¿Volverán a traerlo?
- No, esta vez vendré solo. Siento que usted me podrá ayudar, pero no sé a qué.
- Entonces lo espero la próxima semana a la misma hora.
- OK. Hasta la próxima semana.
- ¿Sabe? Usted tiene una presencia intimidante. Tómelo en cuenta al relacionarse.
- Gracias. Usted tampoco es tan dura como parece.
- Una cosa más.
- ¿Sí?
- Llámame Miranda.
- OK, tú puedes llamarme Sebastián.

Y con una sonrisa, que más que atracción dibujó confianza, se terminó la sesión… por ahora.

Ilustrador: Gundo